Usualmente no tenemos conciencia del gran poder que tienen los límites que podemos poner ante ciertos estímulos. Es recomendable tomar una decisión firme, para desconectar de todo aquello que, sin darnos cuenta, nos va metiendo en un bucle de emociones fuertes, estresantes o de miedo
Te invito a que pares por un momento. Apaga el televisor, la radio, las noticias y escucha el sonido del ambiente que te rodea. Puede ser la gente en la calle, tus hijos jugando, el vecino escuchando música o en sus quehaceres cotidianos. Simplemente, escucha. Ahora puedes conectar con tu respiración, si lo deseas, escuchar tu cuerpo, como lo sientas en este momento y, simplemente, respira.
Puedes también observar los detalles del espacio que te rodea con atención, ir buscando los colores y las formas. Tal vez te encuentres con algunos objetos que no esperabas ver en ciertos lugares, tal vez te venga la idea de: "debería limpiar esto u organizar lo otro", permite que el pensamiento pase y sigue observando.
Puedes también, si lo deseas, ir hacia adentro, cerrar los ojos o mantenerlos abiertos y conectar con tu corazón, dejar que con la exhalación, salga cualquier tensión, emoción o dolor que te pese o, simplemente, moverte espontáneamente.
Usualmente no tenemos conciencia del gran poder que tienen los límites que podemos poner ante ciertos estímulos: las malas noticias, algunas conversaciones, etc. Sin embargo, la mayoría de las veces es cuestión de tomar una decisión firme en el momento, para desconectar de todo aquello que, sin darnos cuenta, nos va metiendo, poco a poco, en un bucle de emociones fuertes, muchas veces estresantes o de miedo.
Es verdad que estamos pasando por un momento en el que muchas cosas nos afectan y, a la vez, también es cierto que tenemos la posibilidad de enfocarnos en aquellas cosas positivas que también están ocurriendo y, con ellas, nutrir nuestra mente y nuestras emociones de otras sensaciones más agradables. Es maravilloso conectar de forma consciente con el hecho de reconocer que, como humanidad podemos unirnos para agradecer de forma masiva y constante, como se hizo durante la pandemia del Covid-19 en el año 2020, con los servicios y servidores de la salud.
Aunque está claro que lo sucedido en 2020 no fueron propiamente unas vacaciones, por primera vez, también desde que tengo memoria, detuvimos nuestras actividades cotidianas y, aunque esto también trajo algunas consecuencias que pueden no gustarnos, tuvimos tiempo real para ir hacia adentro y descansar.
Esta pausa abrupta, pudo generar angustia y estrés en un principio, pero a la vez, fue una nueva oportunidad para replantear nuestra rutina diaria, encontrar momentos para completar aquellas tareas de casa que teníamos pendientes, compartir de manera más estrecha con los seres queridos (de forma presencial o a través del teléfono, Skype u otras formas de comunicación) y retomar el contacto con personas que, por falta de tiempo, hacía mucho que no hablábamos.
También podemos reconocer que, aunque no es la forma más agradable para nosotros de hacerlo, esta pausa durante la pandemia, favoreció al planeta tierra, pues dejamos de emitir la cantidad habitual de CO2 de los últimos y desenfrenados años. Al estar en casa consumimos menos cosas innecesarias, como agua en botellas de plástico, ni comprando objetos que suelen durar en nuestra casa un par de dias, para después ir a parar a la basura y, de la basura, al mar.
La lista es larga. Sin embargo, la angustia puede permanecer si no miramos un foco importante: es en el momento presente en el que justamente elegimos donde enfocar nuestra mirada y, de esa mirada, surgen las emociones que nos nutren en cada momento.
Es verdad que fue una situación difícil y puede que, incluso, pasamos el virus y, aún así, algunos pudimos enfocarnos en la vida y en agradecer cada cosa que tuvimos en ese momento,en medio de una situación en la que otros la pasaron realmente mal: tuvimos un techo, la posibilidad de un trabajo remoto, comida, alguien al lado con quien compartir, ya fuera por teléfono o en el mismo hogar. Agradecer es una de las acciones que más nos nutren de alegría y de amor. Es ese pequeño regalo que nos podemos entregar cada día, porque siempre está al alcance de nuestra mano.
Yo hoy, por ejemplo, agradezco dos cosas que me tienen realmente conmovida y me han ayudaron mucho en ese momento y en otros momentos de mi vida: una es la solidaridad amorosa de tantos seres que están abriendo el corazón, para compartir sus recursos, su creatividad, sus aplausos, su cariño. Y la otra, es el humor; ese maravilloso don que tenemos los seres humanos para girar la pantalla del destino y destornillarnos de la risa, aunque se esté hundiendo el mundo, sin dejar de ser empáticos con las situaciones de otros que lo pueden estar pasando mal. Pero muchas veces, no hay nada mejor para salir del miedo y de la pena, que unas buenas carcajadas.
Así que te invito a desenfocar en todo aquello que no te nutre de paz y alegría, para enfocar en el amor, el agradecimiento y la solidaridad. Tal vez sea una buena oportunidad de expresar esos dones y, para ello, sólo necesitas dejar espacio en tu interior, para que esa fuerza que puede manifestarse en cada uno, aflore.
Para ello es fundamental romper el ciclo del miedo, limitar las noticias a un tiempo corto, buscar espacios de sosiego, de juego, de risa y encontrar la paz profunda que, a largo plazo, va produciendo el agradecer por cada detalle, hasta el más insignificante, de todo aquello que compone nuestra vida.
Namasté